miércoles, 29 de abril de 2015

Aline Araña es un cabudareño que restauró las huellas del tiempo

Aline y Carmen el día de su boda, en 1963 

Aline Antonio Araña supo que su vida estaría destinada a plasmar gráficamente todos los gratos recuerdos que vivió en el transcurso de su juventud, cuando tomó un lienzo y trazó las primeras líneas. Desde entonces ha dedicado su vida a la pintura y a conservar y restablecer las huellas del tiempo de numerosas obras. Hoy sus creaciones, brillantes obras de arte, son orgullo nacional.

Llegó a Cabudare en 1937, a los tres años de edad, en brazos de Josefa Rafaela Araña, su progenitora, provenientes de la ciudad de Caracas. La señora Ninfa de Carrasco se encargó de enseñarle el abecedario en una escuelita mixta, muy pequeña, de dos grados solamente, que estaba ubicada en la calle Libertador.
En la escuela Ezequiel Bujanda continuó su aprendizaje con el bachiller Emigdio José Ramos, destacado maestro cabudareño. De allí pasó al liceo Lisandro Alvarado de Barquisimeto.
El pulpero que se hizo pintor
El artista muestra su obra más querida: 

Fachada de la hacienda Santa Rita 
Aline trabajó en la pulpería más grande que tenía Cabudare. Su propietario fue el señor Augusto Casamayor, que era su padrino de bautizo. Allí transcurrió su niñez y parte de su juventud, aprendiendo todo lo relacionado con el almacén.  
Más tarde regresó a Caracas a estudiar topografía y ejerció esta labor por más de veinte años. Como topógrafo recorrió gran parte del territorio nacional, experimentando, con los paisajes que iba conociendo, sentimientos que quería plasmar y relatar.
Su vocación surgió muy paulatinamente y quizá estuvo marcada por la influencia del célebre maestro Héctor Rojas Meza, con quien Aline compartió amenos espacios en el pueblo que lo vio crecer.
Su obra inicial y la más apreciada para él, es la Fachada de la hacienda Santa Rita, situada en el sitio conocido como Tarabana, la pintura está fechada el 30 de diciembre de 1971. “Siempre quise plasmar lo que veía, o los lugares que causaban en mí, profunda conmoción por su belleza natural”. Aline recuerda que visitaba constantemente esta hacienda cuando era niño, atravesando sus cañaverales para ir a bañarse al río de la Montaña.
Otra de sus pinturas predilectas, y que también conserva en su casa, es la titulada Prolongación de la calle 23, donde al fondo se puede observar la iglesia San Francisco de Barquisimeto, y está fechada, el 1° de abril de 1976. Este lienzo obtuvo el primer lugar en un concurso de pintura novel, en el estado Yaracuy.
Fue así, como en 1981, con una beca otorgada por los Concejos Municipales de Iribarren y Palavecino, decidió irse a Madrid, a estudiar Arte de Conservación y Restauración. Desde esas tierras lejanas, en medio de bellas y reconocidas esculturas, entre el barroco y el renacimiento, Aline terminó de enamorarse de ese mundo mítico que representa la plástica.
“Pintar es un arte que nace del alma y se plasma en el lienzo. Recuerdo que mi primer premio fue el Carmelo Fernández, pintor éste de vieja data histórica. Ese galardón me llenó de gran complacencia e inspiración”.
La Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, también fue escenario de su formación. Aline como discípulo del reconocido artista plástico Jorge Arteaga, en los talleres libres de pintura, destacó por su agilidad con el pincel y por la creatividad en las técnicas que empleaba. Asistía al curso todos los sábados, y los domingos hacía las prácticas de campo.
Aline Araña siempre ligado a la patrona de los larenses
Borrar los rigores del tiempo
A Aline lo satisface haber restaurado la imagen de la excelsa patrona de los larenses, la Divina Pastora. Su ardua y delicada misión, por más de ocho meses, consistió en reparar todas las fisuras de la virgen, en sus articulaciones. Así como el antiguo cetro de la imagen. Aline remplazó todas las maderas en avanzado deterioro por más de un siglo de procesiones, las cubrió metódicamente con un protector especial, devolviendo a la efigie su cetro completamente arreglado.
En 1990, la Municipalidad de Iribarren, le encargó a Aline la tarea de restaurar el cuadro de la Virgen de Guadalupe, una obra de dos metros de altura, de origen mejicano, con más de doscientos cincuenta años de antigüedad. “Recuerdo que no fue fácil su rehabilitación, pero al final del camino, la virgen quedo tal cual era”.
La obra presentaba un gran deterioro, tenía un hueco alrededor del rostro, mucha oxidación, craqueladura y desprendimiento de la capa pictórica y una cantidad de hongos muy visibles. Este cuadro, patrimonio del estado Lara, reposa en la iglesia de Bobare, cuya virgen es la patrona de la población. Hoy la Guadalupe conserva su original candidez y su figura luce esplendida como en sus primeros años.
Las manos prodigiosas de Aline también favorecieron la maltratada pintura española del fundador de Acarigua, Francisco de La Hoz y Berríos.   
Aline junto a su inseparable Carmen en Europa
Desde el museo de Barquisimeto, Aline Araña propuso el funcionamiento de talleres de conservación y restauración, para rescatar piezas y obras de indiscutible valor, como las que integran la pinacoteca del Estado, y que se encontraban en avanzado estado de abandono.
El primer salón de pintura
Su carrera de pintor le llevó a concursar en muchas entidades y algunos países, pero su ambición más anhelada, es entregar todo sus conocimientos y enseñanzas de la plástica, para descubrir el artista que existe en cada ser humano y así formar los “Pablo Ruiz Picasso” del mañana.
Esta realidad se concretó en el Primer Salón de Pintura Novel Aline Araña, único en su género en la región, inaugurado en 1997, auspiciado por la Alcaldía del municipio Palavecino. Participaron sesenta y dos jóvenes entre diez y dieciocho años. Se entregaron, en el primer evento, más de dos millones de bolívares en premiaciones.
Lamentablemente el salón tuvo sólo tres ediciones, eclipsándose con la llegada de las nuevas autoridades municipales y disipando los sueños del pintor, de fomentar la cultura y de preparar a los futuros sucesores de Requena. En la actualidad, este salón de pintura  existe sólo en el recuerdo.
Aline Araña, orgullo de Cabudare
Las obras de Aline se exhibieron en incontables salones de pintura y algunas fueron más allá de nuestras fronteras. Auque aún pinta, a pesar de sus setenta y un años de edad y de su deteriorada salud, provocada por los solventes y el óleo utilizado, ya no lo hace con el esmero de tiempos pasados.
Hoy por hoy tiene algunas obras por concluir, pero la más importante para él, es continuar cultivando el mayor tesoro de su existencia: la hermosa familia que ha erigido junto a Carmen Barrios, su esposa y madre de sus tres hijas.
Aline Araña agradece siempre al Todopoderoso, por regalarle esa pasión por el arte y una vida entera en medio de alegrías y tristezas, aciertos y desaciertos, éxitos y derrotas, y por la inmensa fortuna de poder transmitir sus experiencias y conocimientos.
Hicieron preso a San Juan 
por milagroso y embustero

En Cabudare, en época de Semana Santa, se colocaban las imágenes de los santos que tomaban parte en las procesiones, en las naves laterales de la iglesia matriz. Allí concurría una joven apodada la Cocorito, que padecía de retardo mental. Ella se arrodillaba frente a la imagen de San Juan Bautista, un santo rubio, de elegante y particular postura, portando la sagrada Biblia en el cual concentra su mirada, y recitaba su fervorosa petición: “San Juan repárame un novio, por favor”. Los niños Aline Araña y Francisco Santelíz observaron a la joven y resolvieron una travesura. Al día siguiente, antes de hacer presencia la fiel creyente, Aline desvistió a San Juan y se colocó el atuendo del santo, por ser de su misma estatura, tomó la Biblia, se subió al nicho y asumió la misma postura de la imagen. Al llegar la joven se arrodilló como de costumbre, y pidió: “San Juan repárame un novio, por favor” fue entonces cuando Aline le contestó: “Cocorito muy pronto tendrás el novio que me pides”. La joven sobresaltada salió corriendo del templo gritando “¡Auxilio... auxilio, San Juan me habló, San Juan me habló, vengan a escucharlo!” Las personas que estaban en los alrededores miraban atónitos y entraron a la iglesia a advertir lo que sucedía. Aline trató de bajarse del nicho, pero la bata se le enredó en un clavo y lo sorprendió la multitud. Entre los que acudieron estaba el jefe de la policía quien lo tomó por el brazo y lo sacó del recinto. La gente comentaba en el pueblo “Hicieron preso a San Jun por milagroso y embustero”.

Luis Alberto Perozo Padua

En Twitter @LuisPerozoPadua

martes, 21 de abril de 2015

Enrique Perlaez llevó la magia del cine a los parajes más lejanos de Cabudare

Enrique Perlaez, mozo con elegante atuendo y su inseparable bicicleta

A Xiomara Enriquito y Gustavo, quienes me regalaron el compromiso de escribir sobre este hombre ejemplar


Entre las calles Libertador y El Matadero. En lo que alguna vez fue el camino principal hacia el Llano, luego la Real y más tarde la avenida Libertador de Cabudare. En una casona de tejado alto identificada con el número 63, vivió buena parte de su existencia Enrique Perlaez, aunque nació el 15 de julio de 1931 en Los Rastrojos. Hijo natural de María de la Paz Perlaez.


Los cabudareños recuerdan a Enrique en su moderna bicicleta, transitar por las angostas calles del pequeño pueblito. Iba a los mandados y venía con recados.

Primera casona de tejado, al fondo, propiedad de don Enrique Perlaez
Con el paso del tiempo, Enrique adquirió una camioneta, vislumbrando la ausencia de vehículos de transporte.

Comenzó entonces haciendo traslados desde la calle de Las Chancletas o Santa Bárbara de Cabudare hasta la Plaza Altagracia de Barquisimeto, “por tres reales, ida y vuelta”.

Se levantaba antes del cantar de los gallos para llevar a Vicente Palacios al Manteco, en busca de mercancías, y antes de las ocho de la mañana ya estaban en Cabudare.

Su espíritu generoso era reconocido por los vecinos de aquel pueblito calles estrechas, pues a Enrique lo buscaban a cualquier hora para trasladar algún enfermo o parturienta desde la Medicatura hasta el Hospital Central de Barquisimeto.

El cine: una pasión

Pese a las limitaciones de la época, Enrique era un enamorado del cine, amor que hundió sus raíces en el Cine Juares de Cabudare, en donde tuvo como visión expandir la industria hasta las zonas más apartadas del entonces Distrito Palavecino.

Compró un proyector por 120 bolívares, y en su camionetica roja, se trasladaba hasta la Hacienda Tarabana, los caseríos de la parte alta: Agua Viva y Las Cuibas; así como también El Placer, El Mayal, El Tamarindo, El Palaciero, Los Naranjillos y La Piedad, en cuyos moradores impregnó la magia del cine mexicano.

El cabudareño don Enrique Perlaez
Xiomara Perlaez, su hija, narra con devoción, que los habitantes de esos parajes, no podían esconder la alegría cuando veían a lo lejos acercarse la camionetica roja.

La gente salía con sus taburetes, sillas, perezosas, latas, gaveras, bloques, chinchorros y hasta en el suelo se sentaban a disfrutar del drama mexicano que cautivaba, destacando los film: Vámos con Pancho Villa, Los Olvidados, El Compadre Mendoza, Una Familia de Tantas, Nazarín, Él, La Mujer del Puerto, El Lugar sin Límites, protagonizadas por Pedro Infante, Lupita Tovar, Andrea Palma, Mario Moreno y Domingo Soler, entre otros.

La proyección tenía un precio de una locha por persona, pero como se transmitía al aire libre, la mayoría no pagaba. "Más los niños miraban la película gratis". 

Enriquito Perlaez, acompañaba a su padre durante su periplo, incluso en momentos cuando decidieron traspasar fronteras y llevar el cine a sitios más distantes.

Titicare, San Miguel, Buena Vista, Cuara, Arenales, fueron otros parajes que conocieron el cine itinerante de Enrique Perlaez, que como antesala el Conde Bucano, embelesaba al público con su magia, espectáculo que costaba 1 bolívar con derecho a la posterior película.

Enriquito Perlaez evoca que fueron los mejores años de su vida junto a su padre, enfatizando que durante los eventos era el encargado instalar las sillas y de colocar una sábana blanca en donde se proyectaba las películas de 16 milímetros que Luis Gallardo alquilaba en 8 bolívares. 
Enrique Perlaez en el matrimonio de una de se hija Xiomara Perlaez

Ernesto Rodríguez, policía de Cabudare era el presentador de los eventos de magia y cine mexicano.

Horas antes llegaban al pueblo con un megáfono para anunciar el magno evento, recorriendo todas las calles.

Una casa comercial para Cabudare
Enrique no desistió en su interpretación de ofrecer servicios para Cabudare, por lo que emprendió caminos con líneas de autobuses. como transporte público.

De seguida, Junto a sus compadres Morales y Marín, se asoció para instalar una casa comercial de muebles, estableciéndose en casa de la familia Camero.

Posteriormente, Enrique pasó de vender muebles a repuestos para carros, legado que dos de sus hijos aun conservan.

Contrajo nupcias en Cabudare con María Edecia Escalona, unión de la cual nacieron cinco hijos: María Edelmira, Enrique, Xiomara, Edwar y Gustavo Perlaez.

Gran parte de su tránsito vital, Enrique se los dedicó con devoción y entrega a servir a los palavecinenses y tras momentos críticos de salud, le sorprendió la muerte el 31 de agosto de 2006.

Aun se le recuerda caminando las procesiones de Semana Santa por las calles de Cabudare.

Luis Alberto Perozo Padua

En Twitter @Luis Perozo Padua

miércoles, 15 de abril de 2015

Vidal Hernández el primer documentalista de Cabudare

Don Vidal Hernández Aguero, periodista, 

historiador, maestro y documentalista de Cabudare

Uno de los hombres de mayor trascendencia en la historia de Cabudare fue don Vidal Hernández Agüero, personaje que figuró en casi todas las actividades que se promovieron para el progreso de la entidad municipal.

Vino al mundo en hogar cabudareño en 1874, de la unión de Ramón Brito Hernández y María Agüero.

Testimonios escritos narran que desde sus primeros años, el niño Vidal, mostró inquietud por el campo intelectual, interesándose por la lectura antes de los cuatro años de edad.

Su juventud la dedicó a la lectura e investigación, desarrollando actividades culturales trascendentales para Cabudare, constituyendo la Asociación Religiosa San Juan Bautista, en donde logró agrupar las cofradías y organizaciones entorno al templo matriz.

A principios del siglo XX, Vidal Hernández, se encargó de dirigir los trabajos de refacción del camposanto municipal, acción que le llevó a organizar una junta interventora con la participación del Ejecutivo regional y el cabildo local.

En paralelo, fungió también como maestro de primeras letras en la escuela Ezequiel Bujanda de Cabudare.

Compilador y periodista

Durante las tres primeras décadas del siglo XX, Vidal Hernández se trazó como propósito organizar el monumental índice documental del Distrito Cabudare, registrando y compilando en dos tomos, documentos oficiales de los años 1844 hasta 1936, un legado invalorable y único en la región.

En los años cuarenta, encontramos a este enérgico cabudareño en las lides periodísticas, fundando y dirigiendo el periódico El Número, de diaria circulación que luego expandió sus páginas y se transformó en un semanario.

En el diario EL IMPULSO, Vidal Hernández, figuró como asiduo articulista por varias décadas, con interesantes crónicas y reseñas sobre el acontecer cabudareño, hasta 1955, año que lo alcanza la muerte en su natal Cabudare.

Don Vidal Hernández Agüero, organizó y resguardó los papeles históricos de Palavecino para que las generaciones venideras conocieran épocas pasadas de su lar nativo.

Luis Alberto Perozo Padua


En Twitter @LuisPerozoPadua

domingo, 5 de abril de 2015

Cabudare y los cursos de agua en el siglo XIX

Vehículos atascados en el río Turbio en un paso desde Agua Viva hasta Macuto. Foto: Francisco Villazán / Colección Fototeca de Barquisimeto 

Campesinos de la zona atraviesan el caudal en la década del 50'

Hurgar la historia, interpretar documentos y relatar las crónicas, ha sido el espíritu que nos anima en esta nueva ocasión desde el Archivo Histórico Municipal de Palavecino, labor rigurosa, que en parte, será plasmada desde este generoso espacio que desde hoy llevará por dictado: Los Archivos de Palavecino, gracias a la gentil propuesta literaria de EL IMPULSO, decano de la prensa nacional, patrimonio larense que atesora y resguarda nuestro acervo histórico documental.


En un primer aporte para la naciente columna, destacamos un trabajo de investigación a partir de una fuente primaria documental que trata el vital tema del recurso hídrico en jurisdicción palavecinense, tema que entraña escenarios diversos con el fin único de beneficiar la economía de la región.

En ese contexto, para uso de las vertientes del río Turbio y quebrada Macuto, en un intento de normar la economía de riego, particularmente en el espacio bañado por los ríos Turbio y Yaracuy, fue tradición desde los tiempos de las comunidades aborígenes y haciendas explotadas por los españoles y sus descendientes, imponer una mayor necesidad de utilización del recurso agua.


A tal efecto, en el Archivo del Estado Lara, reposa la Ordenanza Nº 20 del 11 de diciembre de 1852, dictamen de la Diputación Provincial de Barquisimeto, en sus sesiones del 4 de ese mes y año, en tiempos de la administración de Martín María Aguinagalde, que habla del riego por acequias y su reglamentación para el uso colectivo.

En su articulado, la ordenanza hace alusión a afectación de la propiedad privada con la apertura de acueductos, bucos y acequias, así como indemnización y derecho común y preferente de las aguas, deberes específicos para el mantenimiento y limpieza de las correntías, haciendo referencia a las barriadas y fundos establecidos entre los cantones Barquisimeto y Cabudare. 

En Cabudare se legisló al respecto

En torno a los bucos como sistema de riego, en Cabudare existió significativa legislación, reproduciendo el cargo de Juez de Agua, que era el encargado del reparto equitativo del recurso hídrico en los predios del distrito.

Entre el cúmulo de documentos del Archivo Histórico Municipal de Palavecino, con estimación de sobrepasar los 12 mil, reposa un dictamen de finales del siglo XIX, en donde el Concejo Municipal,  norma el uso en el fértil Valle de Río Turbio, “el cual estaba surcado por extensas acequias”.
                                                                                                      
Con el título de Padrón para el Reparto de las Aguas de la Hoja Hidrográfica de Macuto, documento aprobado el 31 de octubre de 1895, da cuenta, entre otros datos de interés, que el buco Mayalero, para aquella remota época, “ya tenía más de 200 años en uso”.

El manuscrito está rubricado por el edil Martín Carreño, presidente del cabildo de Cabudare y Juan de Dios Meleán, como secretario de ese cuerpo legislativo local, y detalla el reglamento de uso, consideraciones, sistema de riego, su extensión, nombre de los fundos, situación espacial y el nombre completo de sus beneficiarios.

Expone que los canales eran alimentados por el río Turbio y la quebrada Macuto (río Claro), y según el acuerdo, el buco Mayalero o El Mayal, asistía a las haciendas Santa Elena, La Capilla, Papelón, San José y Barrancas, situadas en los sectores Carabalí, Bureche, Papelón, Mayal y Barrancas.

El buco Torrellero, alimentaba los sitios de Bureche y Barrancas; buco Peñero a Tarabana, Barrancas y Bureche; buco Duranero a Barrancas; buco Hondo a las haciendas Santa Rita, San Antonio, San Rafael, Barrancas, La Capilla, La Vega; Buco Alto a Bureche; y los bucos La Aduana y La Ceiba al sector Carabalí.

Dado en el local de las sesiones del Concejo Municipal del Distrito Cabudare a 31 de octubre de 1895.- Año 85° de la Independencia y 38° de la Federación.

Cúmplase y cuídese de su ejecución.- El jefe del distrito M López Juáres.- M C Ojeda.- Es copia fiel

El documento fue consignado ante la Oficina Principal de Registro del estado y en la “sesión ordinaria del lunes 11 de los corrientes (noviembre) los títulos a los agricultores” del Valle del río Turbio.

Luis Alberto Perozo Padua
@ArchivoP

Fuente:
Archivo del estado Lara. Ordenanza Nº 20 del 11 de diciembre de 1852. Gaceta de Barquisimeto
Archivo Histórico Municipal de Palavecino Don Vidal Hernández Agüero
Archivo personal del investigador y cronista José Arnoldo Dávila